Héroes contra intrusos (Por Jorge Valdano)
Héroes contra intrusos
Cada vez que miramos, el fútbol es más víctima de las grandes fortunas, más elitista y menos auténtico
JORGE VALDANO EL PAIS ESPAÑA 24 JUL 2020
¿Quién defiende al fútbol?
Cuando la economía entró al estadio, trajo consigo a ejecutivos muy necesarios para que a los clubes les salieran las cuentas. Marketing, televisión, palcos… Gestores capaces que, a estas alturas, lo saben todo sobre el fútbol como valor de cambio, pero menos sobre su valor emocional, popular, cultural y hasta simbólico. El problema es que estos intrusos ya no se contentan con manejar el negocio y se están apoderando del juego ante la pasividad de las fuerzas vivas. Los hinchas hacen cosas de hinchas peleándose en las redes, los jugadores top están ocupados eligiendo el color de su nuevo Ferrari, y los comunicadores no remamos contra corriente porque sabemos que, hacerlo, es muy arriesgado. Cada vez que miramos, el fútbol es más víctima de las grandes fortunas, más elitista y menos auténtico. Pero aún hay personajes valiosos que con sus actitudes lo preservan como la reliquia que es.
La ética también gana.
La lucha de Bielsa contra un sistema que consagra a los ganadores y condena a los perdedores es tan épica, que le sienta mejor perder que ganar. De modo que, tras lograr el campeonato y el consiguiente ascenso a la Premier con el Leeds, antes que sentirse triunfador, habrá encontrado coartadas de responsabilidad social para perdonarse la satisfacción: el placer del deber cumplido ante la afición, la recompensa por el esfuerzo ante los jugadores, el haber honrado la confianza contractual ante los directivos. Sentirse feliz le parece un abuso individualista despreciable. Para Bielsa, el triunfo solo tiene sentido como recompensa por la acumulación de méritos. Solo disfruta si se lo merece. Bielsa es, en sí mismo, la rama futbolística de la filosofía moral. Rama extravagante y hasta heroica, porque al fútbol actual no le interesa ni la filosofía ni la moral. El que gana tiene razón y a otra cosa mariposa.
La pasión humanística.
Un entrenador camina siempre por una cornisa. Seguir o caerse depende de un gol o de un punto, y se lo recuerdan directivos, periodistas, aficionados. A Zidane esa presión no le confunde. Festejó la Liga abrazando a todos los jugadores con una sonrisa de oreja a oreja. Y todos los abrazados se derretían por sentir el privilegio de ser queridos por ese hombre al que seguramente admiran. Un entrenador no tiene una sola manera de convencer. Convencen los resultados, el prestigio, el conocimiento. Pero convence, también, el afecto. Cuando los jugadores sienten que el entrenador es leal, tiene sentido de la justicia y transmite confianza, se entregan a la causa poniéndole alma a lo que hacen. No es lo mismo hacer las cosas porque se debe que hacerlas porque lo sienten. En fin, Zidane es la muestra perfecta de que un entrenador debe saber de fútbol y de seres humanos.
El fútbol de siempre.
Hablo de elitismo en términos generales porque en todos los países pasa lo mismo: mandan los grandes. En España, al periodismo, al VAR y también a mí, nos interesan el Madrid y el Barça sobre todos los demás, porque la fuerza de la corriente nos va arrastrando. En la última jornada, con solo una plaza de descenso y dos de UEFA en juego, debimos mirar hacia abajo y fue emocionante disfrutar de partidos jugados al borde del sistema nervioso y con un esfuerzo titánico. No hacía falta ser del Leganés, Celta, Getafe, Granada o Real Sociedad. Era el espíritu amateur del fútbol el que nos tenía conectado a los partidos hasta que, al final, nos conmovieron tanto las lágrimas de los supervivientes como las de los ahogados. Esa es la magia que los gestores tienen que vender al precio que sean capaces, pero sin contaminar la fuerza espiritual y salvaje de un juego que no necesita modernizarse para seguir fascinándonos como si fuéramos niños.
EL JUEGO INFINITO JORGE VALDANO . EL PAIS ESPAÑA
Dos campeones
El fútbol es interesado y siempre abraza al último ganador, pero esta vez lo hizo por placer. Era un grupo de nobles, bajitos y talentosos que jugaban como los dioses
JORGE VALDANO10 JUL 2020 – 19:31 UYT
Dos cimas
El fútbol es un pico muy alto y hace diez años España lo coronó dos veces, una ganando el Mundial de Sudáfrica y otra convirtiéndose en referencia por practicar un juego que, por ser hasta sexi, desprendía feromonas por un tubo. No nos engañemos, el fútbol es interesado y siempre abraza al último ganador, pero en esta ocasión lo hizo por placer. No era para menos, se trataba de un grupo de jugadores nobles, bajitos y talentosos que jugaban como los dioses. “Primero hay que saber sufrir”, dice un famoso tango y por ahí empezó España, perdiendo el primer partido frente a Suiza y llenando el ambiente de electricidad periodística y legítima preocupación. Fue la prueba de fe definitiva. La Selección siguió aferrada a su estilo sacando personalidad de un yacimiento interminable de convicción. El momento necesitaba, además, de sosiego, y Vicente del Bosque es el inventor del equilibrio emocional.
Las bisagras
Era un equipo que transmitía seguridad con la pelota, con dos conductores, Iniesta y Xavi, que le ponían ciencia y belleza al juego. Parecían haber nacido juntos en el centro del campo. Según tocara defender o atacar, ellos cambiaban de misión con la simplicidad y elegancia con que un pianista de jazz usa el pedal para prolongar o enmudecer una nota. Se apoyaban en Xabi Alonso y Busquets, jugadores de tono más clásico que desplegaban y recogían al equipo como si fuera un gran acordeón. Siempre preferí jugar con un solo medio centro, pero nunca me hubiera privado de alguno de estos cracks a los que les salía fútbol por todos los poros. Diez años después, ya habrá entrado en escena una nueva generación que piense aquello de “era el fútbol de antes”. No hay antes y ahora, hay buen y mal fútbol. Y el de España era maravilloso.
La angustia
Increíble que tanto fútbol produjera tan pocos goles. Se alcanzaban victorias angustiantes, pero delicadas, brillantes, merecidas. Con un dominio que a veces parecía un baile. Pero al baile le costaba alcanzar el orgasmo del gol (mucha metáfora sexual, lo sé, pero es que un Mundial es un polvo descomunal). Solo se alcanzaban goles por una obra de arte, como el de Villa ante Chile; por una insistencia heroica, como el de Villa ante Paraguay; por un juego que parecía enhebrar una aguja con un balón, como el de Villa contra Portugal; por un entendimiento telepático entre Xavi y Puyol, como aquel cabezazo épico frente a Alemania; o por un acto de justicia cósmica, como el de Iniesta en la final. Digo cósmica, y no futbolística, porque Holanda perdió frente a Alemania en el 74 o Brasil contra Italia en el 82, por dar solo dos ejemplos. Esta vez, la belleza tuvo razón. Y ganó.
Y por fin, dos campeones
Se lo debía. Mi hijo tenía 30 años y había crecido humillado por el agrandado de su padre: “¿A quién se le ocurre ser español? Si hubieras nacido en Argentina ya tendrías dos Mundiales”. Pero España se puso estupenda y cuando alcanzó la gran final, dejé todo lo que tenía y lo llamé para pagar mi deuda: “Esta noche nos vamos para Sudáfrica”. Un viaje de ida y vuelta para ver el partido de su vida. Sufrimos como hinchas, gritamos como un gol la parada de Iker Casillas a Robben y como un milagro el gol de Iniesta en la prórroga. Al final del partido abrazamos hasta a Roberto Gómez, “amigo” periodista que tenía la costumbre de matarme en sus columnas (siempre por mi bien). Saludamos a jugadores y entrenadores que pasaron a nuestro lado camino del palco y, con la misión cumplida, volvimos al aeropuerto. Mi hijo ya era Campeón del Mundo y yo nunca me sentí tan español. Ni tan padre.
Dejen a los jugadores en paz
Vi al VAR desde el primer momento como un pecado original del fútbol, al que solo le faltaba la manzana y la serpiente
JORGE VALDANO Diario EL PAIS ESPAÑA
Detectores de talento. Lo que ordena un entrenador tiene, cada día más, fuerza de ley, pero aún hay normas no escritas que un jugador lleva a la acción de inmediato. Por ejemplo, al bueno hay que darle la pelota. Es por lo menos curioso que a Marcos Llorente le den más balones ahora, siendo un delantero imparable, que cuando estaba en el centro de operaciones organizando el juego. Esta semana también me llamó la atención la actuación de Riqui Puig contra el Atlético de Madrid. En el primer tiempo, buscaba la pelota con desesperación y la recibía muy de vez en cuando. Pero en la segunda mitad, su dinamismo y precisión en velocidad empezaron a ser imprescindibles, y los veteranos lo buscaban incluso estando marcado. No importa la edad ni las características. A Kubo se la dan al pie y a Vinicius al espacio. Si eres bueno, no te preocupes, la pelota te llegará.
Fútboles. Cuando decimos fútbol, decimos muchas cosas. Un juego divertido que, sin embargo, a veces se convierte en una película de terror llena de incertidumbre y con picos dramáticos. Podemos hablar de un fútbol barrial, con su esencia amateur, y de un fútbol profesional, cada día más elitista. Estoy yo, que amo el fútbol por encima de todo, y está el hincha, que le inyecta a un equipo su carga emocional. Hay clubes representativos, orbitados por una comunidad orgullosa, y clubes neoliberales, que han perdido la inocencia y son multinacionales dirigidas por tiburones de las finanzas que, milagro del fútbol, conservan apoyo popular. Entre esa confusa mezcla de pasión e intereses, al juego se le están saltando las costuras con una avalancha de cambios que empiezan a resultar irritantes.
Amarillas para todos. Varios ejemplos. En la primera jornada de Liga, si alguien pisaba un talón de Aquiles, aunque fuera en el vestuario, se le sacaba tarjeta roja. Hoy puedes partir un talón por la mitad y no pasa nada. Saltar sin ayudarse con los brazos, además de ridículo, es imposible, como todo lo que no es natural. Los brazos ayudan al impulso y al equilibrio. No es lo mismo un codazo artero, que uno accidental. Da igual, tarjetas amarillas para todos. Tampoco saben los jugadores qué hacer con los brazos dentro del área, con los árbitros y el VAR al acecho. En cuanto a los porteros, en los penaltis, no pueden despegar el pie de la raya hasta que no sale la pelota. ¿Por qué razón no pueden volar antes hacia un palo si se lo recomienda la intuición? ¿Por qué no lo hacen aún más difícil atándoles una pierna a un poste con una cuerda, a ser posible corta? Si se deja en paz a los jugadores, se dejará en paz al juego.
El pecado original. Siempre vi el fútbol como un viejo animal mitológico, con una naturaleza primitiva y una sabiduría ancestral para desatar altas y bajas pasiones. Ese glorioso y antiguo monstruo puede llevarse bien con la tecnología, si se trata de contar lo que ocurre durante un partido, pero en ningún caso si resulta invasiva, porque la tecnología se apodera de todo lo que toca. Por esa razón, vi al VAR desde el primer momento como un pecado original del fútbol, al que solo le faltaba la manzana y la serpiente. Un choque frontal entre lo viejo y lo nuevo. Entre la visión métrica de un juego que se desarrolla en un campo de cien por setenta, contra la aspiración milimétrica de una tecnología que llega donde no llega el ojo humano. La espontaneidad explosiva del gol frente a un grito en diferido cuando lo autoriza una máquina. Como ya es tarde para solucionarlo con un martillo, esperemos que lo solucione el tiempo.