Donde Messi no puede llegar (Por Jorge Valdano)
Donde Messi no puede llegar
El Barça le dio todo, hasta que un día le empezó a quitar. Primero le dejó sin respaldo futbolístico en tiempos de transición, después sin respaldo institucional y, finalmente, sin respaldo afectivo
JORGE VALDANO 28 AGO 2020 Diario El Pais España – elpais.com
Corazón de melón
Un amigo no me cree cuando digo que el Bayern tiene corazón. Los valora, pero no le gusta el fútbol que no respira barrio. Yo, en cambio, reconozco la condición de equipo modelo que el Bayern dejó en su triunfal paso por la Champions. Pero cuando veo que el método desplaza la imaginación que inventa espacios, la astucia desequilibrante y la habilidad burlona, el partido se me hace pesado. Previsible. Le doy mucho mérito al esfuerzo intelectual de Flick, Tuchel y Nagelsmann, que están marcando tendencia, pero antes de valorar la mano de los entrenadores, prefiero valorar los pies de los jugadores. Por eso me sentí tan desconcertado cuando, en la gran Final, Flick quitó a Coman, que después de marcar su gol entró inspiradísimo en un estado de excitación. “¿Cómo quita al mejor?”, me pregunté. Pero sabía la respuesta. Sencillamente, estaba programado.
La táctica no iguala, diferencia
Las lágrimas de Neymar tras la final hicieron físico el compromiso del jugador con el equipo. Tuchel logró meter a un genial cuerpo extraño dentro de un método exigente con la presión. Nunca vi a Neymar correr tanto ni arrancar de tan atrás ni estar tan preocupado por los movimientos de sus compañeros. Lo que se dice un jugador de equipo. ¿Bien por Tuchel? Veamos. Nunca vi a Neymar fallar tantos goles, probablemente porque la frescura física que necesitaba ante los porteros la había gastado cuarenta metros atrás corriendo tras los rivales y ayudando en la construcción del juego. La obsesión táctica nos ha llevado a pensar que, en términos de esfuerzo, todos somos iguales ante la ley. Pero hay esfuerzos físicos y creativos. Cuando se ficha a un genio, por ejemplo, es para que te gane los partidos con ocurrencias que el entrenador ni se imagina. Una buena táctica sería que pudiera hacerlo sin estar agotado.
Pilas para deslumbrar
El Sevilla, con su fantástico recorrido por la UEFA, salvó el prestigio de la Liga. Honor a Lopetegui, que construyó un equipo con inteligencia colectiva y vuelo individual. Banega agradeció a su entrenador por haberle “puesto las pilas”. Pero, es bueno aclararlo, no pilas para moverse a control remoto. Banega alcanzó una suprema sabiduría futbolística que le permite manejar los partidos a su antojo y disfrutó de amplios poderes para hacerlo. La libertad, que probablemente lastró su carrera cuando la utilizó para vivir, la usa ahora para que el fútbol fluya. En cada pelota que toca parece juntar la universidad del barrio, los consejos que recibió de entrenadores de todo pelaje y las huellas de miles de horas de entrenamiento que fueron trabajando sobre su instinto. El resultado es que elevó el fútbol a la condición de arte. Ahora se irá a Arabia, donde no apreciarán su arte, pero lo llenarán de dinero. Fútbol moderno.
BuroMessi
Y hablando de irse, un tal Lionel Messi se fue esta semana vía burofax, que viaja más rápido que el avión. Tenía prisa por escapar de un club que le dio todo, hasta que un día le empezó a quitar. Primero le dejó sin respaldo futbolístico en tiempos de transición (el adiós de Neymar opera como símbolo; sus sustitutos, como prueba de cargo), después sin respaldo institucional haciéndole responsable de los males (con el Barçagate como episodio más cutre) y, finalmente, sin respaldo afectivo (cuando Koeman echó por teléfono a Luis Suárez). Lo único que le quedaba era un hermoso recuerdo, lo que es una interferencia más cuando se trata de construir futuro. Ser Messi significa afrontar cada día la descomunal demanda de éxito que provoca el mejor jugador del mundo. Se va porque con 33 años no puede levantar al Barça solo y porque, en este Barça, no puede seguir siendo Messi.
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No escriban la crónica antes de la final
La única conclusión es que el fútbol es alérgico a las simplificaciones. Aunque manejemos todos los secretos del juego, puede ocurrir que Sterling la mande al cielo a medio metro del arco y sin portero
El corazón de la máquina
Hace tiempo que al fútbol alemán dejamos de representarlo como una máquina. El tópico nos ponía siempre ante un equipo con un funcionamiento eficaz, aunque frío y previsible como una cadena de montaje. Pero si algo define a este Bayern que llegó a la final de la Champions dando un paseo (ganó todos los partidos con un promedio de más de cuatro goles), es la pasión. Máquina, sí, por la insistencia con la que taladra, gana y golea, pero con corazón. Como el esfuerzo no se negocia, los veteranos corren tanto o más que los jóvenes, y como son insaciables, el gol más importante es siempre el próximo. Esa capacidad para invadir con siete la trinchera del área contraria y, en la siguiente jugada, defender con siete el área propia (todo esto sin jugar con 14 jugadores) nos habla de la fiabilidad del equipo. Si también el fútbol fuera fiable, habría campeón antes de jugar la final.
Si hay privilegios no hay equipo
El PSG se ha sanado de los estragos que produce el exceso de talento. Que no se me entienda mal, el talento nunca sobra, pero en ocasiones confunde. El error, que no es nuevo, consiste en creer que el tamaño del talento autoriza a distintos niveles de obligaciones. Por ejemplo, cuando unos se encargan de jugar y otros, con menos estatus, de correr. Por fin, en el PSG la suma de individualidades ha cristalizado en equipo. Si algo ha dejado claro Lisboa es que para jugar se requiere compromiso y, para defender, esfuerzo. Pero colectivo. Solo con jugadores que no se esconden con y sin el balón, el funcionamiento se estabiliza para defender y se despliega para atacar. Resulta más fácil conseguirlo con jugadores jóvenes o medianos, gente que no pide privilegios. El sistema de castas que algunos clubes permiten hace imposible la competitividad que exige, en estos momentos, el máximo nivel.
Fútbol es todo
Amigos como somos de los prejuicios, podemos escribir la crónica de la final antes de empezar. Si gana el Bayern habrá ganado el sentido de equipo, y su fuerza colectiva siempre estará por encima del talento; y si gana el PSG se deberá a la explosión de sus grandes talentos, imparable para cualquier equipo. Las dos teorías podrán ir acompañadas de datos estadísticos y contundentes ejemplos históricos, pero no por eso dejarán de ser mentiras. Vemos el fútbol desde nuestra obsesión favorita, que puede ser táctica, técnica, física, anímica… Y tenemos tantas ganas de tener razón, que forzamos la realidad a nuestro gusto. Lisboa nos puso ante equipos de todo pelaje, con notables fortalezas y debilidades. La única conclusión es que el fútbol es alérgico a las simplificaciones. Aunque manejemos todos los secretos del juego, puede ocurrir que Sterling la mande al cielo a medio metro del arco y sin portero.
Tango
Cuando vuelvo a Argentina un amigo suele decirme que hay una sola buena noticia y es que “hemos tocado fondo”. Me lo repite desde hace treinta años, lo que demuestra que la decadencia no tiene fondo. Algo por el estilo le viene pasando al Barça Champions tras Champions hasta que, en Lisboa, como dice el tango, se encontró con “la burla de la realidad”. Se supone que tocar fondo sirve para tomar impulso, pero cuesta saber dónde está el punto de apoyo cuando se pierde 8 a 2 sin el amparo del orden ni del talento ni de la rebeldía. En medio del caos, es muy posible que Messi haya terminado tarareando el final del aludido tango: “Perdón si me ven lagrimear, los recuerdos me han hecho mal”. Solo que la nostalgia no sirve para reconstruir lo que está roto.